Perros de guerra, por Randall Padilla

Friday, September 23, 2011

La moral del 32 Korps-Abteilung [1] se arrastraba al lado de las serpientes del desierto. Lidiados por Klaus Von Gregart, el 32 esperaba órdenes de Rommel luego del intento fallido del control de El Alamein, considerado por los aliados como la primer victoria de “Motty”.
“!Herr Von Gregart, permiso para hablar libremente", exclamó el Teniente  al entrar a las tienda del comando Mayor, cuya lona se movía sin cesar abatida por las tormentas de arena que parecían ser hasta el momento, el mejor aliado de los del 32.
“Concedido”, correspondió Klaus, sin mayor ánimo ni deseo de escuchar las quejas incansables de sus hombres.
“Los hombres están temerosos, mein Kommandant, con esta tormenta no podremos ver si los aliados han decidido seguirnos por el desierto o no”, varias pausas fueron necesarias para que el Teniente pudiera expresar sus temores al Comandante alemán, su boca estaba completamente seca y la saliva era un recurso valioso que no debía ser gastado sin necesidad.
“Asegúrele a sus hombres que el Führer no nos va a defraudar Teniente, suministros y refuerzos van a llegar a tiempo.”, Von Gregart le aseguraba en un tono monótono mientras vertía agua en dos vasos colocados en  su escritorio, él sabía que debía de enviar este mensaje a sus hombres con éxito, y el Teniente debía de creerle, que mejor forma de hacerlo que el transmitir este mensaje asociado con un victorioso vaso de agua fría. “El control de África depende de que podamos sostenernos la campaña contra los aliados. Rommel me aseguró que nuestras nuevas órdenes llegaran esta misma noche.  ¿Gusta de un vaso de agua, Teniente?”, preguntó. Titubeando por un segundo, el Teniente se abalanzó sobre el vaso de agua saboreando cada trago.De repente, la atención del Teniente, fue interrumpida por otro placer: la sirvienta personal del Comandante. Cargando una cubeta llena de agua, encorvada con el peso de la misma, la mujer dejaba ver entre su blusa rota destellos de sus pechos libres color caoba.
“¿Algo más Teniente?”, preguntó Von Gregart, interrumpiendo los sueños de un soldado necesitado de un calor muy  distinto al que el desierto podía ofrecer.
El Teniente, retomando su disciplina militar que controlaba todo instinto animal, adoptó posición de firme levantando su mano en despedida y, girando, se retiró sin decir más, controlando ese impulso de volver a ver a esa mujer que era la admiración de muchos hombres del batallón.
“¡Teniente!”, gritó Von Gregart cuando éste primero salía por la puerta de la tienda de campaña.
“¿Mein Kommandant?, respondió instintivamente el Teniente, girándose para quedar de nuevo frente a su superior.
“Asegúrese de que nadie entre, voy a tomar un baño”, le ordenó Von Gregart mirándole a los ojos.
“¡Ja, Herr Kommandant!”, respondió con alivio el Teniente saliendo de la tienda apresuradamente, esperando que el Comandante no lo hubiera detectando viendo a la mujer por un segundo más de lo permitido.
Una vez estando solos, Von Gregart se dispuso a levantar sus brazos mientras la mujer procedía a quitarle su uniforme en lo que se había convertido en un ritual erótico para ambos. La mujer sabía que una vez que ella estuviera enjabonándole la espalda, el Comandante Alemán la tomaría del pelo sometiéndola en su desnudez en algún lugar de la tienda empolvada con las arenas del desierto. La primera, y tal vez segunda vez, esto la tomó por sorpresa, pero para ella éste abuso se convirtió en rutina, dejando que el dolor tomara matices bizarros de pasión. Von Gregart la tomó de su cabellera trenzada y color noche, mientras ella gemía de dolor en un idioma extraño para el Comandante alemán. Esto lo excitaba aún más y disfrutada de sus embestidas casi animales mientras la mujer luchaba por soltarse de su salvaje penetración. Tomándola por detrás y lanzándola al impedía que la mujer pudiera soltarse mientras ella con sus manos, evitaba que su rostro fuese aruñado por la sal en el suelo. Un último grito de dolor lo llevó a descargar su tensión, dejando caer sus doscientas libras sobre el cuerpo delicado de la mujer. Sus respiros todavía agitados, Von Gregart olía la greña desordenada de su víctima como un sabueso a su presa. Ella mantenía su rostro todavía enterrado entre sus manos, ocultando la desfiguración de su rostro generada por su placer culposo. Fue cuando todavía en el suelo, entre sus respiros agitados, fueron sacudidos por los disparos repentinos.  
Recogiendo su uniforme del suelo, Von Gregart escucha afuera a  uno de sus soldados “¡Herr Kommandant! ¡Nos atacan los aliados!”
“¡Por un demonio!, gritó Von Gregart para calmar su sobresalto. “Dígale al Teniente que aliste los Panzer[2]. ¡Nos retiramos!”, le contestó mientras a saltos se ponía su pantalón y sus botas.
         Cubriendo sus pechos con una mano y ocultando su mueca de terror con la otra, la mujer se levantó de repente abalanzándose llorando y rogando sobre el Comandante, mientras éste se terminaba de ponerse su camisa. Sin entender una palabra de lo que decía, sabía tanto como ella, que ya fuese que ella quedara a disposición de los Korps o de los Aliados, sería abusada en formas que él nunca hubiese imaginado.
Tomándola en sus brazos por lo que el sospechaba que sería la última vez, le susurró en alemán “Vas a estar bien, mujer, yo me encargaré de ello”, y terminando de ponerse su chaqueta se volvió y le dijo “¡Vístete ya!”.
“¡Soldado! ¡Venga aquí!”, un soldado cuyo rostro de niño había sido desfigurado por el sol del desierto sin merced, se acercó corriendo a la tienda sin dejar de voltear a ver nerviosamente hacia el lugar de donde provenían las explosiones.
“Lleve a esta mujer al Panzer que encabeza la retirada, dígales que es mi orden directa el llevarla al punto de reunión Nido de Serpiente, y que espera ahí por mis órdenes.
“¡Ja, mein Kommandant!  Heil Hitler!“, respondió el joven casi de inmediato, pero antes de que bajara su mano levantada, Von Gregart lo tomó de la camisa. En forma amenazante y acercando su rostro como lo haría un perro de caza a su presa, le dio un último comando silenciado por el detonar de las bombas en el frente de batalla y los gritos de un ejército en movilización. La mujer quien esperaba a ser llevada de ahí solo miraba la imagen de ambos rostros iluminados por los destellos del combate, el joven congelado en horror, y el del Comandante mostrando sus dientes con cada palabra, como bien lo haría un buen perro de traba al asediar a su presa. Con un jalón terminó de empujar Von Gregart al joven solado hacia la tienda, para poder salir él, no sin antes cruzar su mirada con la mujer con quien compartía la pesadilla de la guerra, y sin decir una palabra más, se encaminó a dirigir a sus hombres lejos de la emboscada aliada.
Dirigir a sus hombres en retirada no era algo que el Tercer Reicht perdonaría a un hombre de su cargo, pero esta batalla estaba perdida desde mucho tiempo antes que empezara. Von Gregart sabía que sus hombres morirían sin razón en el desierto y no podía permitir esa sangre teñir su conciencia. Von Gregart sabía que la guerra estaba perdida, y el futuro ahora se nublada por su pasión, en donde las pequeñas victorias sobre su amante fortuita le daban ese sabor a éxito que tanto faltaba en el campo de batalla. Sus hombres murmuraban a sus espaldas, decían que él se había obsesionado con la mujer árabe, pero todo era irrelevante ahora que los aliados habían dado con ellos y sus hombres estaban en sus manos; era una última batalla por  la vida de sus hombres y su obsesión color caoba. Un tanque en huída  no era una prioridad para los aliados como sí lo era el convoy que Von Gregart había mandado a guardar la retirada de los Korps. Dirigiéndoles en el desierto, Von Gregart llevaba a los soldados del 32 a una derrota que tenía sabor a victoria, porque como un boxeador abatido, sabía que lo mejor que podía hacer era tratar de cubrirse de los golpes de su adversario. Luego de una incalculable pérdida de vidas en ambos bandos, los aliados habían decidido dejar la persecución de la 32, evitando continuar por un mar de minas antitanque que Von Gregart había dejado atrás por órdenes de Rommel.
Una vez a salvo en el punto de reunión estratégico, Von Gregart se decidió a borrar de su lista de prioridades el primer ítem en su agenda. Acompañado de tres escoltas se apresuró al lugar en donde estaban los tanques que había mandando al frente, ignorando a su paso el saludo de los soldados que se topaba a su paso.  
“¡Sargento!”, dijo Von Gregart. Un grupo de soldados bromeaban y reían a carcajadas alrededor de los tanques, pero no dudaron en ponerse de pie al ver al Comandante. El Sargento en cuestión se mostraba un poco nervioso, y el cigarrillo que fumaba en el momento de la llegada de Von Gregart permanecería en su boca sin ser aspirado más. “Usted tiene un encargo que me pertenece”, la postura nerviosa de los soldados quienes intercambiaban miradas, le generó a Von Gregart un vacío en el estómago.
“¿Sargento?”, exclamó Von Gregart una vez más, dejando escapar imperceptiblemente una imploración. “¿En dónde están la mujer y el soldado que les mandé a traer?”
“Comandante… creímos que era una trama del soldado para sacar a su novia del campo de batalla”, le dijo el Sargento mientras su cigarro se movía en sus labios dejando caer ceniza sobre su camisa.
Al escuchar esto, Von Gregart sacó su Luger apuntando al Sargento en la cabeza,” ¿Una vez más…en donde está, Sargento?”. Los tres hombres que acompañabas a Von Gregart levantaron sus rifles apuntando a los otros hombres parados al lado del Sargento, quienes evidenciaban su miedo levantando las manos 
“Com…com…Comandante”, tartamudeó, el Sargento, y las últimas palabras que pasarían por su boca serían “nos…nosotros la matamos, señor”.
El disparo de la Luger fue seguido por un balbuceo de los otros cuatro hombres mientras trozos del cráneo del Sargento bajaban como babosas por el costado del Panzer estacionado detrás de ellos,  que yacía inmovible como un testigo gigante de acero. El pulso de Von Gregart empezó a temblar mientras su mano apuntaba ahora al hombre que se encontraba a la derecha del Sargento, “¿En donde esta?” , preguntó.
El solado, que podía estar en sus treinta, se llevó la mano a la cara como cubriéndose del ojo acusador de la Luger. Sus manos temblaban sin control, con mirada de súplica contestó  “A dos kilómetros de aquí, mein Führer…la dejamos a un lado del camino…”.
“¡¿Viva?!”, preguntó Von Gregart, un tono de esperanza se dejaba de escapar. “¡¿Viva… soldado!?
“¡No...mein Kommandant! Por favor…no...”, su últimas palabras cortadas por el gruñido intermitente de la Luger, escupiendo hierro que desfiguraba el rostro del hombre que había muerto con el primer disparo.
“¡Usted!”, señaló Von Gregart al más joven de todos. “¿Sabe en donde esta?”
“¡Ja, mein kommandant!”, contestó el hombre en un grito que bien podía ser de pánico.
“¡Lléveme con ella! ¡Ahora!”, ordenó Von Gregart. Los otros dos hombres miraban a sus dos compañeros muertos en el suelo, a pesar de que sus cuerpos temblaban incontrolablemente guardaban la estúpida esperanza de que Von Gregart se olvidara que existían.
Alejándose del lugar con el joven soldado, Von Gregart se volvió a sus escoltas, sus rifles todavía apuntando a los dos sobrevivientes del asalto de venganza de su Comandante. Un pequeño gesto de asentimiento con su cabeza fue suficiente para que sus terminaran su tarea. El sonido crudo de sus Mausers era acompañados por un clang metálico cuando las balas ensangrentadas y viscosas, impactaban el Panzer.
Media hora le tomó a Von Gregart llegar al cuerpo de la mujer quien yacía boca arriba en el desierto, sus ropas destrozadas, arrancadas salvajemente. Dejando caer una su rodilla al suelo, Von Gregart tomo el rostro que fuera una vez hermoso, ahora petrificado por la muerta en una mueca de dolor, sus mejillas convertidas en  ríos de lodo cuando el recorrido de  lágrimas había sido obstruido por la arena. Los labios de Von Gregart temblaban tratando de suprimir un grito de dolor. Pasando su mano sobre el rostro de la mujer, cerró sus párpados por última vez, ocultando unas pupilas dilatadas que robaban el café vivo de sus ojos y con sus prendas rotas, Von Gregart torpemente cubrió los pechos desnudos, que habían sido desfigurados por los mordiscos aguerridos de los salvajes, perros de guerra.


[1] Nota del autor: Compañía del ejército Nazi desplegados en África
[2] Tanque de Guerra Aleman


September por Vanessa Pacheco Padilla

Wednesday, September 12, 2007

Distorted images
Echoing the mirror of my inner self.
Blurred memories
Weeping in my soul
Looking forward to be faded away.

Undefeatable by death:
Tired of waiting for it,
Terrified by it.

Silent words never spoken again,
Colorless shapes
Pretending to be someone else.

Lost in a world of distress:
There’s nowhere to find you there,
It’s simply your ghost
Who passes by without a halt.

Never aware of this feeling before
Desperately trying to discard it from my soul
Choosing to be here:
A nightmare,
It will always last.

Sometimes I’m able to hear you
Is it that you finally evolved?
It pierces my heart and my soul.
Don’t get me wrong
It’s just painful to comprehend
Is that a smile?
This is one too.

Now it all hits me back
Not living in the past
But being hunted by it
Is it time to let go?

Die with me now
In the same way
I died with you then.